Pienso en los distintos elementos
que componen el teatro espontáneo y detengo la mirada en el rol de actor.
Actuar historias que narran otras personas. Se trata en principio sólo de eso,
actuar roles, emociones, relatos, escenas que otros relatan, en vivo y en
directo, pero ¿Cómo hago si no estudié actuación? ¿Dónde se aprende?
Improviso un juego, formular
distintas preguntas acerca del rol de actor, algunas que me hice en estos años,
que hacen mis alumnos, que hacen los que participan de una función y luego
proponer respuestas, todas ellas relativas y a la vez no tanto, que fui
encontrando en mi experiencia y en el intercambio con otros; un coro de voces que piden ser escuchadas,
escritas y comunicadas.
¿Cómo me formo para ser actor de
teatro espontaneo? ¿Qué hay que estudiar?
¿Cómo hacen los actores para representar una historia justo después de
escucharla? ¿Está todo armado previamente? ¿Cómo se organizan para no pisarse? ¿Cómo
hacen para emocionar así, tan hondo? ¿Y si me eligen para un rol que no me
gusta? ¿Cómo se logra espontaneidad sin
caer en el cliché? ¿Ser espontáneo es hacer lo que me de la gana?
El actor en Teatro Espontáneo pone
el cuerpo en la escena. Se afecta de lo que acontece y lo expresa. A partir de
las palabras crea imágenes, formas. Es como una escultura que se deja tallar
por el narrador. Funciona como canal. Pone de relieve. Genera climas, da lugar
a que las historias dialoguen. Las técnicas y recursos dramáticos son útiles sin
embargo más que estudiar se trata de pasar por la experiencia, conocer la
actuación desde la vivencia. Muchas veces se empieza jugando. Sin exigencias ni
pretensiones, a partir de posibilidades expresivas.
Actuar es un modo de brindarse al
otro, de servirle. Es decirle al narrador y
los que observan, te ofrezco lo que tengo para dar, esta escultura o
escena que creo con otros para que puedas mirarte y ver lo bello que Sos, y
también puedas ver tus sombras, tus partes oscuras. Que puedas ver aspectos de
una situación dolorosa que alivia cuando se la ve fuera de uno. Que puedas sentir
la escena como una caricia honda, que te sientas abrigado por el espacio
dramático, por el auditorio como un gran abrazo colectivo. Y a la vez, en eso
que se da al otro el actor se enriquece porque también entra en contacto con sus
personajes, con sus clichés. Como si un actor nos dijera al oído: Me ofrezco para que te mires en mi reflejo y
a la vez me ayudes a verme.
Publicado en "El semejante" / Junio 2013
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