lunes, 1 de abril de 2013

Teatro Espontáneo para mirarnos el alma


En un taller, una clase o en una función de teatro espontáneo la dinámica tiene sus semejanzas, después de entrar en un clima de respeto e intimidad hay personas que relatan algo de su vida (algún recuerdo, sensación, imagen, deseo) y otras personas en el rol de actores la representan. A veces un relato simple, disfrazado de anécdota, se abre como un cofre lleno de oro durante su creación teatral e irradia una luz que conmueve. Y cuando eso sucede el narrador es tocado por la escena y se miran.
Quiero compartir una vez que conté una historia en un entrenamiento con mi grupo. En general, no me caracterizo por ser una buena narradora (en el sentido de tener el relato bien organizado y procesado) más bien soy intuitiva y tengo una paleta de sensaciones que no siempre se dicen claramente con palabras. Esa vez hablé de mis abuelos maternos, de lo amorosos que eran conmigo. Ellos dejaron este mundo cuando yo tenía 6 y 7 años. Y cuando tenía como 10 años, entendí con una claridad pasmosa que no volvería a verlos, recuerdo ese instante de verdad con bastante nitidez. Estaba en la casa de mis padres en un pasillo pequeño que conectaba distintos ambientes y me desbordó la emoción. Lloraba, hablé con mi mamá y me abrazó.
Esos recuerdos muchas veces los había tenido presente y esa vez los hice relato sólo porque acudieron a mi mente. La escena no tardó en iniciarse. La percibí como en cámara lenta, como si me demorara en cada instante y lo saboreara. Se recreó un primer momento de niña jugando con mis abuelos,  y luego el momento en el que caía en la cuenta que ellos se habían ido. Hubo una despedida. Embargada en una emoción profunda, las lágrimas salían de mis ojos como una catarata. Y no era tristeza. Era amor y un profundo recogimiento, lleno de agradecimiento. Esa nueva versión de aquel recuerdo me permitió volver a jugar con mis abuelos; y también me permitió despedirme. Decirles hasta luego.
No era la primera vez que narraba y confieso que esa maravillosa despedida fue una emotiva sorpresa, hablé de mis abuelos como quien cuenta anécdotas de la infancia, con afecto y el sabor de la distancia sin saber que la escena me iba a permitir honrarlos.
Cuántas veces tenemos la oportunidad de mirarnos el alma. Ver nuestro relato hecho escena como una invitación a celebrarnos, emocionarnos, reírnos, divertirnos, animarnos, reconocernos, alentarnos, despedirnos, acogernos, amarnos, abrazarnos. A nosotros mismos, a nuestras familias, a nuestras comunidades, a nuestras culturas, a nuestras tierras.

Nota publicada en el Diario "El Semejante" / Abril 2013