Para poder representar historias cotidianas de otras
personas es importante que una persona primero pueda reconocer su cuerpo,
aprender a escucharlo y armonizarlo tal y como un instrumento musical. En
segundo lugar pueda hacer uso de dicho instrumento para crear un personaje,
asumiendo un rol para lograr en equipo representar artísticamente la historia
de otro ser.
Me vienen ganas de jugar con la música imaginando que
cada ser tiene su propia música, la que va creando y cantando a lo largo de
toda su vida. Esa música va cambiando pero siempre tiene un color singular
propio de ese ser humano, único e irrepetible. En teatro espontáneo, el que
ocupa el lugar de actor escucha el relato y pasa a crear junto a sus compañeros
una escena. Siguiendo la metáfora, el
actor debería sintonizar la música del narrador para poder cantarla durante la
escena y que el narrador la pueda escuchar, la pueda ver y sentir desde
afuera y quizá hasta reconocerla aún más profundamente. A la vez el actor debe
entrenarse en dejar su música de vida egoica a un lado para hacer [y ser en el
instante teatral] la música de los otros. Esa destreza es una experiencia que nutre
y enriquece el alma.
Durante un taller o una función hay relatos de distintas
personas que dan lugar a la creación colectiva espontánea y teatral. Por
ejemplo, primero represento una emoción de “serenidad”, luego
represento “bronca de no haber
podido”, después una versión de “miedo
y ganas de hacer simultáneamente” y
en otro momento seré Adriana que narra “hace
un tiempo no puedo más y no sé cómo hacer para cambiar de vida”.
Cada relato tiene una música singular propia de quien la
relata, y esta información llega a los que ocupan el lugar de actor –y no sólo
a ellos a decir verdad- a través de diversas formas visibles, como es la voz y
sus tonos e intervalos, los gestos, el rostro, la postura corporal, entre otros;
y también de formas invisibles que están en relación con la intuición, la
energía y las vibraciones. Poner el cuerpo y el alma al servicio de los
fragmentos de vida que otros seres humanos nos comparten es condición para que
algo mágico suceda. Reconocer la música
y recrearla es la llave que abre el corazón del Teatro Espontáneo en cada uno
de nosotros.
Nota publicada en el Diario "El Semejante"/ Agosto 2012