miércoles, 24 de octubre de 2012

La llave del corazón espontáneo

            El otro día hablaba con un amigo con el que hago teatro espontáneo en un grupo, me decía que esta actividad hace bien, principalmente, a quien la realiza. Me quedé unos días con esa opinión dando vueltas por mi cabeza.
            Para poder representar historias cotidianas de otras personas es importante que una persona primero pueda reconocer su cuerpo, aprender a escucharlo y armonizarlo tal y como un instrumento musical. En segundo lugar pueda hacer uso de dicho instrumento para crear un personaje, asumiendo un rol para lograr en equipo representar artísticamente la historia de otro ser.
            Me vienen ganas de jugar con la música imaginando que cada ser tiene su propia música, la que va creando y cantando a lo largo de toda su vida. Esa música va cambiando pero siempre tiene un color singular propio de ese ser humano, único e irrepetible. En teatro espontáneo, el que ocupa el lugar de actor escucha el relato y pasa a crear junto a sus compañeros una escena. Siguiendo la metáfora, el actor debería sintonizar la música del narrador para poder cantarla durante la escena y que el narrador la pueda escuchar, la pueda ver y sentir desde afuera y quizá hasta reconocerla aún más profundamente. A la vez el actor debe entrenarse en dejar su música de vida egoica a un lado para hacer [y ser en el instante teatral] la música de los otros. Esa destreza es una experiencia que nutre y enriquece el alma.
            Durante un taller o una función hay relatos de distintas personas que dan lugar a la creación colectiva espontánea y teatral. Por ejemplo, primero represento una emoción de “serenidad”, luego represento “bronca de no haber podido”, después una versión de “miedo y ganas de hacer simultáneamente” y en otro momento seré Adriana que narra “hace un tiempo no puedo más y no sé cómo hacer para cambiar de vida”
            Cada relato tiene una música singular propia de quien la relata, y esta información llega a los que ocupan el lugar de actor –y no sólo a ellos a decir verdad- a través de diversas formas visibles, como es la voz y sus tonos e intervalos, los gestos, el rostro, la postura corporal, entre otros; y también de formas invisibles que están en relación con la intuición, la energía y las vibraciones. Poner el cuerpo y el alma al servicio de los fragmentos de vida que otros seres humanos nos comparten es condición para que algo mágico suceda. Reconocer la música y recrearla es la llave que abre el corazón del Teatro Espontáneo en cada uno de nosotros.

Nota publicada en el Diario "El Semejante"/ Agosto 2012

“¿Qué ves cuando te ves?”

¿Qué vemos cuando nos miramos al espejo? Una pregunta simple que pone de manifiesto un espacio entre lo que uno mira y lo que ve en eso que mira. Ese espacio, ese algo suele no ser consciente, y por eso tendemos a creer que miramos y vemos lo mismo. ¿Qué pasa cuando miramos una representación teatral de algo que contamos? ¿Qué veo cuando otra persona hace de mí?
 Un taller de teatro espontáneo es un espacio que busca intervenir en esa naturalización de la mirada y de la conciencia posibilitando el reconocimiento de nuestra existencia. Representar teatralmente la vivencia que narró otro y/o ver mi historia representada por otros. Así sucede en este teatro. Se realizan ejercicios para hacer entrar al cuerpo y a la mente en un espacio y tiempo diferentes para dramatizar, lo que vivió uno es escena de otro, que luego contará su historia y la verá representada por otros.
   Parece un juego de palabras, sin ir más lejos Juan cuenta que “en la vida las cosas no me resultaron fáciles, me costó poner mi negocio…hacer crecer mi empresa”. Todos los participantes escuchan el relato de Juan, los que están en el rol de actor lo escuchan con diversos sentidos, con los oídos, con el cuerpo, con los ojos y con la sensibilidad. Uno de los actores representa a Juan, dos personas representan las dificultades y otras dos a la empresa que finalmente sale adelante. La escena se inicia con Juan parado en el medio del espacio dramático a su izquierda la empresa en una actitud expectante, a su derecha las dificultades mascullando, rumiando problemas, así se van acercando hasta atrapar a Juan que ya había tomado de las manos a la empresa. Se da una lucha, física, simbólica, energética, de estados tensos hasta que en esa danza las dificultades van cediendo, van perdiendo fuerza, se van agotando. Entonces queda Juan de rodillas honrando y mirando a su empresa que está de pie, entera, poderosa.
   El personaje de Juan fue representado por Esteban. Juan observó su vivencia como testigo. Esa mirada, cargada de sentido y emoción, abre el juego a nuestro interior, al interior de Juan y su escena, al interior de Esteban y su representación, y también al interior de todo espectador, así como al interior de los otros actores que formaron parte de la representación.
  Algo en esa posibilidad de volver a ver un momento de nuestras vidas nos permite sacar para afuera, mirar, ver, escuchar, sentir y seguir camino.

Nota publicada en el Diario "El Semejante"/ Julio 2012