Cuando trabajamos el cuerpo en
actividades lúdicas y creativas es muy común pretender desenchufarnos buscando sentir
placer de principio a fin. Es cierto que muchas veces lo logramos. Sin embargo hay
ocasiones en las que nos sorprende la angustia como esa compañera fatídica y
dramática que nos corta el aliento, el humor, el movimiento y la diversión.
¿Qué debemos, podemos o
queremos hacer en esos momentos? ¿Tiene sentido correr? ¿Debemos dejar la actividad
que tanto nos gusta? ¿Qué nos trae con su presencia?
Cuando le damos lugar al
cuerpo en alguna actividad expresiva es lógico que al desplegarnos se abran
espacios por los que la angustia aparezca.
Recuerdo cuando empecé a tomar
clases de improvisación teatral, a lo largo de la clase atravesaba una montaña
rusa de emociones, lloraba de la risa a la par que dos por tres sentía angustia
frente a momentos de vacío cuando no sabía qué hacer, qué decir, cómo continuar
la historia, el cuerpo se me paralizaba y las sensaciones me abrumaban, era
horrible sin embargo después de eso, volvía a reír y disfrutar. No era que la
angustia simplemente se iba o que se instalaba y no había nunca más un
disfrute. Eran distintos movimientos que tocaban fibras íntimas de mi
estructura psíquica y que este afecto señalaba como puntos sensibles que, por
otra parte en muchas oportunidades, aportaban un material riquísimo a ser
trabajado en mi propio análisis terapéutico.
En este sentido, considero que
la angustia nos pone cara a cara con aspectos que nos pueden guiar a un
crecimiento personal vital y muy importante.
Ahora bien, me resulta curioso
hablar de la angustia como si fuera una sola, idéntica para todos. No es así.
Como si fuera un temporal que en cada región azota de distinta forma. Mis
angustias son vividas como tsunami de barro que hacen espesa la ola atorada en
el pecho y amenazan con ahogarme e inmovilizarme. Pero, ¿Cómo azotan a cada
uno? ¿Cuáles son las imágenes que se crean en cada uno a partir de dicha
presencia?
Me gustaría partir de estas
líneas para abrirme a pensar que en cualquier actividad que uno realice la
angustia puede también ser un regalo, una compañera indeseable incómoda y hasta
molesta pero que nos trae un crecimiento, un salto posible.
Esas imágenes que se producen
en cada uno de nosotros pueden ser representadas en teatro espontáneo,
trabajadas en psicodrama y hasta relatadas en una terapia convencional y en
cada uno de estos espacios podremos seguir creando figuras que nos ayuden a no
ahogarnos en ese temporal, imágenes que se conviertan en manos que nos
rescatan, personas que nos acompañan, y hasta en nuevas producciones subjetivas
que nos permitan crecer y evolucionar en nuestro camino personal.
Publicada en El Semejante/ Marzo 2014