En
un taller, una clase o en una función de teatro espontáneo la dinámica tiene
sus semejanzas, después de entrar en un clima de respeto e intimidad hay
personas que relatan algo de su vida (algún recuerdo, sensación, imagen, deseo)
y otras personas en el rol de actores la representan. A veces un relato simple,
disfrazado de anécdota, se abre como un cofre lleno de oro durante su creación
teatral e irradia una luz que conmueve. Y cuando eso sucede el narrador es
tocado por la escena y se miran.
Quiero
compartir una vez que conté una historia en un entrenamiento con mi grupo. En
general, no me caracterizo por ser una buena narradora (en el sentido de tener
el relato bien organizado y procesado) más bien soy intuitiva y tengo una
paleta de sensaciones que no siempre se dicen claramente con palabras. Esa vez
hablé de mis abuelos maternos, de lo amorosos que eran conmigo. Ellos dejaron
este mundo cuando yo tenía 6 y 7 años. Y cuando tenía como 10 años, entendí con
una claridad pasmosa que no volvería a verlos, recuerdo ese instante de verdad
con bastante nitidez. Estaba en la casa de mis padres en un pasillo pequeño que
conectaba distintos ambientes y me desbordó la emoción. Lloraba, hablé con mi
mamá y me abrazó.
Esos
recuerdos muchas veces los había tenido presente y esa vez los hice relato sólo
porque acudieron a mi mente. La escena no tardó en iniciarse. La percibí como en
cámara lenta, como si me demorara en cada instante y lo saboreara. Se recreó un
primer momento de niña jugando con mis abuelos, y luego el momento en el que caía en la cuenta
que ellos se habían ido. Hubo una despedida. Embargada en una emoción profunda,
las lágrimas salían de mis ojos como una catarata. Y no era tristeza. Era amor y
un profundo recogimiento, lleno de agradecimiento. Esa nueva versión de aquel
recuerdo me permitió volver a jugar con mis abuelos; y también me permitió
despedirme. Decirles hasta luego.
No
era la primera vez que narraba y confieso que esa maravillosa despedida fue una
emotiva sorpresa, hablé de mis abuelos como quien cuenta anécdotas de la
infancia, con afecto y el sabor de la distancia sin saber que la escena me iba
a permitir honrarlos.
Cuántas veces tenemos la oportunidad de mirarnos el alma. Ver nuestro
relato hecho escena como una invitación a celebrarnos, emocionarnos, reírnos,
divertirnos, animarnos, reconocernos, alentarnos, despedirnos, acogernos, amarnos,
abrazarnos. A nosotros mismos, a nuestras familias, a nuestras comunidades, a
nuestras culturas, a nuestras tierras.Nota publicada en el Diario "El Semejante" / Abril 2013
¡Hola Vero! Por lo que cuentas puede resultar terapéutico si el recuerdo después de recrearse se integra de una manera menos dolorosa. Me pilla muy lejos pero me resultaría muy interesante verlo.
ResponderEliminarUn abrazo y que estés muy bien
Hola Amaia, totalmente de acuerdo este teatro puede resultar muy terapéutico. Mirá que hay grupos y talleres de teatro espontáneo y de playback theatre que es otro nombre que recibe, el original mejor dicho en casi todo el mundo. Así que quien te dice que por ahí no hay alguno cerca de tu hogar... Abrazo grande
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